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domingo, 20 de abril de 2014

hijos/3

Con Permiso de Galeano, cambiaré el nombre de Florencia. Se le escapó alguna lágrima. Con el pañuelo le sequé la cara y la soné. Entonces volví a pedirle: - Andá, decime. Me contó que su mejor amiga le había dicho que no la quería. Lloramos juntos, no sé cuánto tiempo, abrazados los dos, ahí en la silla. Yo sentía las lastimaduras que Vidal iba a sufrir a lo largo de los años y hubiera querido que Dios existiera y no fuera sordo, para poder rogarle que me diera todo el dolor que le tenía reservado. Galeano.